Marqués de Pombal  desde 1770, nacio  en Lisboa el 13 mayo 1699. De noble cuna, aunque no titulada, cursó sus estudios universitarios y posteriormente ingresó en el ejército, al parecer para evitar la carrera de leyes a la que se le destinaba. Cansado de esta vida u obligado por las circunstancias, hubo de abandonarla, viviendo unos años de inquieta juventud, hasta aparecer en 1739 como embajador de Portugal en Londres, gracias a la protección de Juan V, de la reina y del card. Motta. Su embajada en Viena en 1745, su extraordinaria labor como mediador en la reconciliación entre el Imperio y Benedicto XIV, y su matrimonio con Leonor Ernestina Daun, hija del mariscal austriaco de igual nombre, terminaron de situarlo en las más altas esferas.

Sólo hubo de aguardar el advenimiento de José I (1750) para convertirse en secretario de Estado y, posteriormente, en primer ministro (V. BRAGANZA, CASA DE).

Con una inquebrantable fe en las nuevas tendencias intelectuales, P. no se desanimó ante la precaria situación de Portugal. Imbuido del pensamiento del despotismo ilustrado (v.) y de la ideología enciclopedista, el marqués de P. estableció un régimen dictatorial, intentó el reforzamiento del poder real y se lanzó a una amplia política reformadora. Sus primeras medidas estuvieron encaminadas al robustecimiento económico del país, reorganizando la hacienda pública y regulando la industria, la agricultura y el comercio. Para ello, simplificó los impuestos e intentó que prevaleciera el principio de la abolición de inmunidades.

Además derogó la ley suntuaria, favoreció la marina e instituyó dos compañías para el comercio con Oriente y Occidente, la de Asia y la del Gran Pará y la del Marañón. La más importante de sus medidas, la prohibición de exportar el oro brasileño, lesionaba tanto los intereses de Inglaterra que esta nación consiguió su inmediata derogación. A pesar de ser hombre en general muy tendencioso, alguna de sus disposiciones le dieron cierta popularidad momentánea, especialmente reforzada por su actuación tras el terremoto de Lisboa de 1755. En esos instantes de inquietud y anarquía el marqués de P. desplegó tal actividad que llegó a promulgar hasta 200 nuevos decretos para hacer frente a la situación. Durante días enteros no descansó vigilando los esfuerzos de salvamento y restauración. Más tarde, para mejorar la situación económica, estableció un impuesto del 4,5% sobre toda mercancía extranjera, que se mantuvo a pesar de las presiones del exterior para su abolición.    'Desde 1756 reanudó su política económica con el establecimiento de la Companhia Géral da Agricultura dos vinhos do Alto Douro. Este monopolio sobre los vinos de Oporto levantó una oleada de protestas que se tradujo en la sublevación del 23 feb. 1757, cuya represión ha sido considerada como injusta y brutal por toda la historiografía. A cubierto ya de los movimientos populares, el ministro se propuso destruir la creciente oposición de la nobleza. Fundándose en que el rey había sido herido cuando regresaba dé casa de la marquesa de Tavora, atribuyó el incidente a un complot de aquélla contra la vida del monarca y con tales razonamientos encarceló al duque de Aveiro, varios miembros de la familia Tavora y a algunos componentes de la clase privilegiada. El juicio y la sentencia sobre todos ellos fueron muestra de una manipulación interesada, máxime si tenemos en cuenta que la culpabilidad de los procesados nunca fue demos- . trada; todos fueron torturados, muchos encarcelados y diez ajusticiados (13 en. 1759).

 

Paralelamente al sometimiento nobiliario, P., acérrimo regalista, comenzó su intromisión en la administración de la Iglesia. Tras sus primeras medidas en 1751 (prohibición de que la Inquisición ejecutara sus sentencias sin previa autorización del Gobierno, abolición del suplicio del fuego, etc.), pronto mostró su claro encono contra los jesuitas, especialmente a partir de los problemas surgidos con motivo de la nueva frontera hispano-portuguesa en Uruguay. En 1757 logró su despido de palacio; poco después obtenía de Benedicto XIV el envío del card. Saldanha, su íntimo amigo, como visitador de la Orden con plenos poderes para corregir y reprimir sus abusos; desde 1758 tomó una serie de medidas vejatorias, y, al fin, al considerarlos mezclados en la supuesta conspiración contra el monarca, ordenó su expulsión por decreto de 5 oct. 1759. Tal actitud produjo un enfrentamiento con Roma que duró hasta 1773, año en el que las relaciones se normalizaron, aunque bajo un acentuado regalismo, puesto que en lo sucesivo ningún breve, bula o documento pontificio sería valedero sin la autorización del Gobierno.

 

Junto con el apoyo al ejército y a la armada, P. continuó con sus reformas, dedicando especial atención a la enseñanza, que reorganizó y secularizó aprovechando el vacío dejado por los jesuitas. Creó una Escuela de Comercio, el Colegio Real de Nobles (1766), fundó 800 nuevas escuelas primarias para las clases bajas, reformó la Univ. de Coimbra y estimuló la imprenta. También trató de esclarecer el panorama general de las leyes, derogando las no efectivas e intentando, sin conseguirlo, la recopilación de las restantes en un único código.

 

Mas su poder llegaba al fin. Perdido el apoyo del monarca por el recrudecimiento de su enfermedad, y el de Saldanha por su fallecimiento (1776), P. se vio en manos de sus enemigos, de manera que a la muerte de José I, solicitó y obtuvo permiso para retirarse de la Corte. La marcha del valido dio pie a la oposición de sus enemigos. Muchos de éstos, recién liberados de su encarcelamiento, comenzaron una campaña contra P. y lograron la revisión del proceso contra los Tavora. La nueva sentencia rehabilitaba a los condenados y declaraba al ministro criminal y digno de ejemplar castigo. Aunque su edad y la clemencia real le libraron de la pena corporal, la afrenta sufrida, unida a sus 83 años, le produjeron la muerte sólo diez meses después de pronunciada aquélla (8 mayo 1782).